El juego de los niños ha cambiado con el tiempo y no precisamente para bien. “Mata gente”, rayuela, canicas, trompo, ludo, damas chinas, y otros, han quedado en el recuerdo. Ahora, el juego es individual y deshumanizante. Por un lado, transmite violencia y sintonizados programas televisivos lo presentan como guerra o combate. Por otro, fomenta […]
Por María Ruesta Arce. 03 febrero, 2014.El juego de los niños ha cambiado con el tiempo y no precisamente para bien. “Mata gente”, rayuela, canicas, trompo, ludo, damas chinas, y otros, han quedado en el recuerdo. Ahora, el juego es individual y deshumanizante. Por un lado, transmite violencia y sintonizados programas televisivos lo presentan como guerra o combate. Por otro, fomenta la pasividad: horas de inactividad física e intelectual ante los juegos electrónicos, activando el mousse o una tecla. Esto es nocivo para la salud y para el desarrollo de la inteligencia y la voluntad.
El juego implica movimiento, refleja la energía vital y las potencialidades orgánicas, motrices, intelectuales y afectivas de quien lo realiza. Los movimientos manifiestan el carácter y la personalidad, tanto que, dos individuos no se mueven exactamente igual. Desde el nacimiento hasta la muerte, el movimiento va modificándose en cantidad y calidad, debido a la maduración del sistema nervioso, desarrollo físico general, ambiente ecológico y socio-cultural. El niño que juega tiene una relación elemental y abierta con el mundo de cosas y personas, su movimiento es natural y pone en práctica sus potencialidades cinéticas.
Según Wallon “el movimiento constituye una fuente inagotable de experiencias, el origen de muchos conocimientos y afectos”. Es un medio de expresión del lenguaje primario que, conforme se enriquece y perfecciona, es la mejor vía de comunicación del hombre con el mundo.
Carácter educativo del juego
Es un recurso pedagógico cuando se realiza por la satisfacción en sí misma, debe ser voluntario y libre. Tiene carácter desinteresado por ser una actividad gratificante por sí misma, no por los resultados. En una competencia, debe bastar practicarlo, más que ganar o perderlo. Requiere de esfuerzo para hacerlo bien y lograr el objetivo.
Cuando se juega para obtener una ganancia material, el juego deja de ser tal para convertirse en una obligación o faena laboral. Cada individuo tiene sus propios objetivos como: desarrollar destrezas motoras, ser admirado, ser competitivo o representar a la comunidad.
¿Por qué los niños deben jugar?
-Porque el juego se realiza en un tiempo y espacio, tiene ritmo, armonía corporal y psicológica.
-Para usar y/o reforzar sus habilidades corporales (fuerza y resistencia); intelectuales: (atención-concentración, percepción, imaginación, creatividad, razonamiento y memoria); emocionales (entusiasmo, orden en la tensión y en los movimientos, capacidad de expresión, tolerancia ante las dificultades e interacción con otros. Morales (respeto a las reglas y derechos de otros, aceptación de límites); y para consolidar virtudes como la prudencia, fortaleza y justicia. Reciedumbre, laboriosidad, lealtad, solidaridad, optimismo.
– El juego favorece el desarrollo integral: Psicomotor, por los movimientos que preparan al cuerpo para la práctica de un deporte; Cognitivo, que está relacionado con el aprendizaje, la percepción, del lenguaje, el pensamiento abstracto y la inteligencia; Emocional – afectivo, por la interacción y colaboración con otros, el desarrollo de la autoestima por el esfuerzo y voluntad para superar dificultades. Moral: la aceptación y cumplimiento de las normas, el juego limpio, el pundonor.
Como la vida, el juego evoluciona
Esta evolución ocurre paralelamente al desarrollo intelectual. De acuerdo a las etapas de Piaget, el juego evoluciona desde el solitario, del nacimiento a los 2 años de edad, hasta el juego cooperativo de la pubertad y la adolescencia.
Es importante que los niños jueguen adecuadamente, según la etapa de vida. Temprano, para explorar, observar, descubrir. A los 5 años, para desarrollar habilidades motoras, lingüísticas. De 7 a 11 años, para aprender a realizar una tarea común, manifestando lealtad y cooperación, mediante el juego asociativo. Finalmente, con el juego cooperativo, se aprende en la pubertad que el juego en un conjunto, que las reglas disminuyen las fricciones dentro del grupo, facilitan el logro de un objetivo común, con la colaboración de todos.
Entonces los adolescentes estarán preparados para el juego competitivo, el deporte en equipo. La pertenencia al grupo es importante, imitan conductas, usan apodos, lenguaje en clave, influye uno en el otro.
Un niño que juega será un adulto disciplinado
Los padres y docentes deben fomentar la práctica del juego como la actividad educativa y formativa que es. Los niños deben jugar para divertirse sanamente, crecer y desarrollar; y aprender que jugar no es agredir, burlarse de los demás ni hacer bromas pesadas.
El juego entretiene y desarrolla habilidades en la niñez; y prepara para las actividades formales de la juventud y la adultez, por la práctica de roles y reglas, estrategias, métodos y procedimientos, buen uso del tiempo, cumplimiento de tareas, perseverancia, el hábito de evaluar los resultados y experimentar la satisfacción por lo realizado.
Por ello, quien juega bien en la niñez, asumirá la vida en serio en la adultez, sin dejar de disfrutar del juego en la medida justa. Quien no juega en la niñez, pretenderá que la vida sea un juego, aún lo más serio y formal de su adultez. Y, es que, el juego va transformándose de una actividad divertida, espontánea y libre, en otra: formal, exigente, disciplinada. Contribuye en cada etapa de la vida con los buenos hábitos, la salud, dominio corporal, compañerismo y espíritu de equipo. Desarrolla grandes virtudes, la propia competencia, el auto concepto, la aceptación del riesgo para competir, sin triunfalismo ni derrotismo.
Para aprovechar el juego, es muy conveniente la reactivación de la Educación Física como curso del currículo escolar para reeducar a los niños de las nuevas generaciones y desarrollar las habilidades de modo integral, tanto para la vida cotidiana, como para competir, de cara a los Juegos Panamericanos y otras competencias mundiales, que superen las frustraciones nacionales como sucede con el Fútbol y afiancen los logros del vóley y otros deportes.
Los gobiernos regional y municipal están obligados a colaborar, implementando espacios para la práctica deportiva, mejorando la infraestructura en los colegios, y en los parques públicos que parecen “tierra de nadie”, descuidados, sin control para el uso de las canchas, por turnos. Incluso, las urbanizaciones (lideradas por las juntas vecinales) podrían autofinanciar la limpieza, mantenimiento y vigilancia, mediante el alquiler de las canchas, organización de ferias y encuentros deportivos.